sábado, 30 de agosto de 2008

Con la inequidad todos pierden

Por el Dr Horacio Lejarraga
Publicado en Diario La Nación del día miércoles 27 de agosto de 2008

Ni la clase política ni el Gobierno (éste y muchos otros previos) ni la sociedad parecen tener como prioridad el desarrollo de los niños, entendiendo este desarrollo como los cambios en la conducta sensorio-motriz, el lenguaje, la inteligencia y el aprendizaje.
Afirmo esto porque el tema no aparece en ningún medio masivo de difusión ni es motivo de debate público ni se apoya su enseñanza ni su investigación en forma específica.
Para colmo, una creencia difundida en nuestra sociedad es que, a pesar de las enormes desigualdades sociales que hay en nuestro país, la disponibilidad de un ingreso que permite llevar a los hijos a un " buen colegio" (alguna vez habría que debatir qué se entiende por un "buen colegio") garantiza de alguna manera un pleno desarrollo de sus capacidades. Es algo parecido a lo que hemos leído en el libro de Guillermo Jaim Etcheverry La tragedia educativa . Allí se reproduce una encuesta que dice que la enorme mayoría de la gente piensa que la educación en el país es de muy mala calidad, pero casualmente el colegio al que mandan sus hijos es muy bueno. Siguiendo esta línea de pensamiento, los que tienen recursos "se salvan" de las calamidades de la Argentina. Nada más equivocado.
Los conocimientos que hemos adquirido, tras veinte años de investigaciones sobre desarrollo infantil en nuestro país, sumados a investigaciones epidemiológicas recientes hechas por otros autores en otros países (Keating y Herzman, 1999), son los que motivan y sostienen científicamente este artículo. Estos conocimientos pueden resumirse en los siguientes puntos:
1. Las experiencias tempranas de los niños, el estímulo del medio ambiente, su exposición al conocimiento, al aprendizaje y estímulos afectivos y cognitivos ejercen un efecto de "escultura neural" sobre el cerebro. Con ella el niño organiza esas experiencias y forma las redes cerebrales que serán, a su vez, determinantes de su conducta. Hay estudios en nuestro país que dan cuenta de la estrecha relación entre el desarrollo infantil y el medio ambiente (incluyendo la familia, la nutrición, las enfermedades, el agua contaminada que tomamos, etc.) y éste es un concepto conocido entre nosotros, los pediatras.
El efecto del medio ambiente sobre la salud y el desarrollo psicosocial se produce a través de varios intermediarios; algunos están dentro del ámbito familiar (la nutrición, los problemas de salud, la utilización de servicios de salud, las interacciones con los padres y su situación emocional, la estabilidad del hogar, la provisión de experiencias de aprendizaje, las interacciones con los padres), pero otros están en el ámbito de la comunidad: las sustancias tóxicas, la exposición a la violencia, el espíritu de conectividad social (el sentimiento de pertenencia a un tejido social, a un grupo), la existencia de centros comunitarios, de ámbitos públicos compartidos, etc.
Hay una relación entre los indicadores de salud, de esperanza de vida y de desarrollo infantil, por un lado, y el nivel socioeconómico de las personas, por el otro. Los grupos de niveles socioeconómicos más altos exhiben mejor ajuste social, mejores indicadores de desarrollo y mantienen mejores indicadores de salud y de rendimiento escolar. Después de los años escolares esos grupos mantienen en la vida adulta las ventajas adquiridas más tempranamente.
2. Sabemos ahora que estas relaciones entre salud y nivel socioeconómico no sólo existen para la salud mental y física, sino también para un amplio rango de aspectos del desarrollo infantil, tales como adaptación social, alfabetización y logros matemáticos y cognitivos en general. No solamente la salud general de la población es en función de las diferencias entre los que tienen más y los que tienen menos, sino que el desarrollo intelectual, la capacidad adaptativa y la conducta social de la población general son lesionados con la existencia de pronunciados gradientes sociales, entendiendo por este término las diferencias entre los que tienen más y los que tienen menos.
3. Pero lo que es menos conocido es que los factores que operan sobre las poblaciones son diferentes de los que operan sobre los individuos. El estatus de salud de grupos sociales está insertado en factores colectivos y no tanto en factores individuales. En los países en los que hay gradientes sociales muy grandes, como por ejemplo el nuestro, y con él toda la región, desde Alaska hasta Tierra del Fuego (la región más inequitativa del mundo), el tamaño de los gradientes (la distancia social entre miembros de la población) se asocia estrechamente con la salud promedio de la población. Esto ha sido llamado el "efecto gradiente".
Hay varios estudios sobre este efecto. Uno, realizado en los cincuenta estados de Estados Unidos (1996), demostró que los estados con mayor equidad en la distribución del ingreso tienen la mayor esperanza de vida. Otro estudio similar hecho en Suecia (país con mucha equidad social) y el Reino Unido (país con relativamente menor equidad social) demostró que en este último la mortalidad en el adulto joven es mayor que en Suecia y que estas diferencias persisten en las mismas clases sociales de los dos países: las clases altas de Suecia tienen menor mortalidad que las clases altas del Reino Unido.
De ello se deduce que los gradientes altos (la gran inequidad) también influyen desfavorablemente en los que más tienen.
En una encuesta sobre el uso de las matemáticas hecha en cinco países por Case y otros Japón resultó ser el país que mostró mayor equidad social de todos y, a su vez, mostró el mayor rendimiento en su población en pruebas de matemática. En sociedades con grandes diferencias sociales y económicas entre individuos el nivel global de salud, bienestar y desarrollo mental es más bajo que en sociedades en las que estos gradientes son menos pronunciados.
Cuanto mayor es la equidad social mejor es el nivel de salud de la población general. Los países que pudieron mantener una distribución equitativa del ingreso durante las décadas del 70 y 80 disfrutaron de mayores incrementos de la esperanza de vida que aquellos países que devinieron socialmente más injustos en la distribución de la riqueza en ese período.
Los datos nos dicen que la equidad es buena no sólo para los pobres, sino también para los ricos.
4. Desafortunadamente, estudios realizados en varios países demuestran también que este "efecto gradiente" está presente tanto en las familias estudiadas como en las familias que le dieron origen. Hay una persistencia del estatus social y de los gradientes a través de las generaciones.
Pido entonces a mis compatriotas que consideren por un momento que el medio ambiente donde se crían nuestros hijos es el país entero y opera sobre todos los ciudadanos, independientemente de su estatus social o económico, de las escuelas que llevemos a nuestros hijos, de los clubes a los que nos asociemos, de los barrios donde vivamos, de los sistemas prepagos que contratemos. Todos los argentinos sufrimos o sufriremos la inequidad; si no se manifiesta por nuestro ingreso, se evidenciará por nuestra salud, esperanza de vida o nuestra inteligencia.
Un estudio reciente sobre los resultados del examen tomado a estudiantes secundarios de distintos países latinoamericanos ubicó a la Argentina en una muy precaria posición respecto del nivel de conocimientos de nuestros estudiantes en relación con otros países. Las sociedades del siglo XXI serán sociedades del conocimiento y del aprendizaje y, consecuentemente, la situación en la que estamos en la Argentina no permite hacer pronósticos favorables.
Todos entonces, independientemente de nuestro ingreso, sufriremos los efectos de las diferencias sociales. Tenemos una responsabilidad en el desarrollo psicosocial de los niños y de los ciudadanos adultos, de nosotros mismos. Pero la responsabilidad es tanto mayor cuanto mayor poder económico o político cada uno de nosotros tenga para producir cambios: el Gobierno, la clase dirigente y el poder económico, en primerísimo lugar.
Ahora, cuando se reclama un cambio en las formas de hacer política, pienso que es imprescindible incluir el desarrollo infantil en la agenda de salud. La mortalidad infantil (todavía muy alta) es ya absolutamente insuficiente para medir la salud psico-físico-social de nuestros niños. Es necesario utilizar indicadores positivos que incluyan a todos los niños; por cada niño que muere hay muchos otros que no se desarrollan satisfactoriamente.
El desarrollo infantil (junto con el crecimiento) debería ser un objetivo específico y prioritario y también un indicador positivo de salud y bienestar general.
Ojalá llegue el día en que podamos decir: "Los niños de tal provincia dicen «mamá» a los 13 meses, y los de la otra recién a los 16 meses. Debemos hacer algo". Es necesario medir la marcha del país, también (y tal vez principalmente) con indicadores de salud y desarrollo psicomotor. El verdadero riesgo país es el retraso del desarrollo de sus habitantes: de nuestros niños y de nuestros adultos.
Si tomamos en serio los trabajos mencionados, necesitamos acompañar estos indicadores con cambios políticos y sociales dirigidos a hacer más equitativa la distribución de la riqueza, si es que queremos conservar la esperanza en una Argentina mejor.
El autor es pediatra. Ha sido presidente de la Sociedad Argentina de Pediatría.

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